Y como no pudieron acercarse a Él a causa de la multitud, levantaron el techo encima de donde Él estaba; y cuando habían hecho una abertura, bajaron la camilla en que yacía el paralítico. Marcos 2:4
Esta pequeño relato de la bíblia me hace recordar un episodio de mi vida en la casa de mi abuela materna, en donde viví gran parte de mi infancia ¡Lo recuerdo cómo si fuera ayer!…
Ese lugar del que tengo tantos bueno recuerdos (y otros no tan buenos) en donde se forjaron mis primeras experiencias en conocer a Dios.
Fue ahí donde a fuerza y amenaza de no recibir mi vaso de leche por las mañanas tuve que leer el proverbio del día, no sé por cuantos años. En ese lugar descubrí mi pasión por la música clásica instrumental, el piano y los libros, al principio fueron como un refugio, sin embargo; estos pasatiempos dejaron de ser subterfugios del alma y se convirtieron en mis herramientas espirituales…
Lamentablemente ese lugar no solo fue un semillero de buenos recuerdos; dichoso fuera!, también hubieron episodios grises llenos de ausencia y soledad por no tener a mis padres conmigo, otros tantos aterradores que desearía no recordarlos. Pero cada uno, ha servido para forjar lo que ahora soy. El amor de mi padre eterno es perfecto, fiel y en ÉL no hay despropósito sino al contrario; hace que todas las cosas obren para nuestro favor.
uno de esos recuerdos que saltan a mi memoria es un sueño recurrente que yo tenía en ese entonces. Resulta ser que algunos de mis primos llegaban a la casa de la abuela y ese momento era aprovechado por todos. Uno de mis primos con los que me tocó vivir en esa casa era experto en subirse al plafón, pasarse el techo y salirse a la calle a divertirse sin que los adultos se dieran cuenta. Travesura de niños, pero yo, cinco años menor que este intrépido escalador, miraba eso como una hazaña inalcanzable.
Poco a poco fui aprendiendo a soltar el miedo y comencé por jugar en el plafón, pero había algo que no había podido vencer y era saltar desde ese lugar que a mis ojos de niño se veía tan alto. Eso me paralizaba, y es que era el recuerdo persistente de aquel sueño en el que yo me atrevía a saltar desde el plafón, pero al caer terminaba mal herido.
Ese sueño me robó el privilegio de disfrutar horas de juego, hasta que llegó el día en que ya no soporté ser el único que observaba mientras mis primos se divertían colgados de las varillas de hierro de ese plafón que había quedado a medias. Llegó el día en el que vencí el temor y me colgué de los hierros salientes del techo; no había marcha atrás, para bajar tenía que soltarme, pero para mi sorpresa al soltarme...¡no me pasó nada! no me rompí ningún hueso, estaba intacto, con la adrenalina a mil y con una satisfacción que no cabía en mi pequeño pecho.
Ese día no sucedió nada en mi exterior, pero en mi interior sí cambiaron muchas cosas... Ese sueño dejó de fastidiarme, dejé de ser ese niño paralizado en el techo viendo como todos abajo reían con satisfacción.
Volviendo a la historia del paralítico puedo imaginar que al igual que yo tenía la misma cara de susto cuando sus ocurrentes amigos deciden romper el techo y bajarlo para acercarlo a su liberación, a su milagro, a su sanidad... JESÚS.
Me gusta pensar en que yo soy esa casa donde Jesús mora, pero muchas cosas aún están paralizadas en mí, debido a muchas situaciones que marcaron mi comportamiento, mis sueños y aquellas voces que vienen de tiempo a decirme que no puedo y me dejan paralizado. Es ahí donde con la ayuda de la Palabra de Dios debo llevar esos pensamientos que se han elevado al techo de la casa, cautivos y romper ese techo para llegar ante Jesús y libérarme de lo que el sistema ha querido paralizar en mi vida. El “no puedo” “no soy digno” “no lo merezco” “estoy solo” “ estoy abandonado”, son algunos de los paralíticos que he tenido que subir al techo de mi vida, quitar esos argumentos y pensamientos humanos y permitir que mi amado maestro me libere y me sane.
Ese sueño feo que era recurrente...fue desplazado por un hito histórico, hoy recuerdo ese juego como uno de los mejores de mi niñez y reflexiono en esa pequeña victoria donde mi Padre Eterno me regaló una vislumbre de lo que muchos años adelante entendería como Su voluntad agradable y perfecta me llamaron a vivir de Su mano; sin temores; venciendo cada obstáculo porque ÉL no me abandonará ni me desamparará…
Les invito, no a subir al techo de su casa, pero si a ser 'Rompe Techos', a vencer el temor con la confianza puesta en nuestro amado Señor y Padre.
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