Una de
las áreas espirituales con las que más cuesta luchar es con la apariencia.
Todos
más de alguna vez hemos aparentado con una sonrisa que estamos bien cuando la
realidad es otra, con un rostro serio cubrimos nuestras inseguridades, con una
sonrisa a medias maquillamos la falta de fe, hasta la respuesta de cortesía a
una saludo es apariencia, siempre decir que estamos bien aunque nuestro
interior se esté cayendo en mil pedazos….la bendita apariencia.
Pero hay
lugares donde no puedo aparentar nada, hay espacios donde no puedo ocultar lo
que soy.
El primer territorio donde me conocen muy bien
se llama “casa”, y las personas que saben al dedillo cuando estoy alegre o
triste se llaman esposa e hijos; imposible aparentar fortaleza ante mi esposa
cuando mis ojos dicen lo contrario, ella sin yo haber pronunciado palabra
alguna, sabe que pasa algo conmigo; imposible engañar a nuestros hijos, nos
conocen muy bien y saben cuando mamá o papá están actuando raro.
Pero
todavía hay ciertas cosas que puedo aparentar sin que nadie en casa se dé
cuenta, puedo jugarles la vuelta, más con Dios no existe tal cosa, a El no
podemos engañarlo, no podemos mentirle ni jugarle la vuelta, mucho menos
burlarnos de Su omnipresencia, El es Dios.
El
asunto es que preferimos vestirnos de apariencia en lugar de buscar su
presencia, preferimos fingir una sonrisa que ir al lugar donde hay plenitud de
gozo, preferimos callar ante la aflicción antes de llegar a su presencia para
descasar en El… preferimos la apariencia.
Mientras
callé mis huesos morían, fue lo que el Rey David exclamó en uno de sus Salmos;
cuánto tiempo pasó David aparentando integridad delante de Dios, fingiendo ante
su pueblo que todo estaba de lo mejor sabiendo que llevaba sobre sus hombros el
homicidio de uno de sus mejores guerreros, la calma que aparentaba el Rey iba
desfigurando su cuerpo y su interior.
Dejemos
a un lado el vestido espurio de la apariencia y utilicemos mejor la presencia
de Dios para vencer las circunstancias que nos rodean, volvamos a la casa del
Padre, El sabe que no todo es color de rosa, conoce muy bien nuestras
limitaciones y por sobretodo, conoce nuestros corazones.
Hasta
que descubrí a ti mi maldad y no encubrí mi iniquidad….es lo que continua
diciendo el Salmista en su escritura, su presencia es un lugar de aceptación y
refugio, nuestro papel es tener la confianza de llegar a ella sin apariencias,
tal como somos, con todo lo que
sentimos, para poder recibir perdón, consuelo, amor, esperanza, todo lo que
necesitamos se encuentra en su presencia….
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