lunes, 31 de diciembre de 2012

El Sicómoro y... Zaqueo

No era un recaudador de impuestos cualquiera, era "el" recaudador de impuestos de la ciudad. Su amor al dinero y la usura le habían estigmatizado en toda la región. Para los que no le conocían el representaba la forma más rápida de conseguir dinero. Propiedades, bienes, ganado, un buen conecte con los romanos, para todo tipo de situación financiera el era el indicado. Claro, la mejor parte para este singular cobrador de impuestos es que sus elevadas tasas de interés habían engordado sus cuentas bancarias, medio pueblo había pasado por la casa de Zaqueo para empeñar algún bien.

Su puesto laboral era la envidia de unos, y el odio de la gran mayoría. Cobrar una tasa de interés mayor que la de los Romanos era su mina de oro en Jericó. Pero no contaba con que Jesús iba a visitar su ciudad, y no tan sólo eso, el maestro de Galilea va a estar a unas cuantas cuadras de su casa. Un hombre que lleva tras sí un séquito de doce discípulos, mujeres y gente que siempre andaban detrás, debía ser un hombre pudiente, alguien importante, pero no por su estatus social sino porque la gente que lo escucha no sigue siendo la misma.
Algunos de los que le odiaban han regresado diciéndole que le perdonan, otros más atrevidos le expresan que le aman pese a que les ha exprimido su dinero y les ha hecho fraude, y todos tienen algo en común... han escuchado hablar a Jesús, este mismo que visita la ciudad... Será cierto...

Entre dudas, Zaqueo se atreve a ir a ver a este nuevo maestro. Las calles ya están abarrotadas, todo el pueblo se ha dado cita en las avenidas principales por donde Jesús va a pasar. La calle ya no da más, no cabe un alma. Como era costumbre en estos tiempos, cuando sucedía que una personalidad importante iba a pasearse por las calles de la ciudad, las personas se apresuraban a subirse a las terrazas de las casas para tener la mejor panorámica del espectáculo a presenciar.

Pues para esta ocasión las calles y terrazas están a más no poder, todos esperan ver aunque sea de lejos a Jesús. Hay tensión, algarabía, esperanza, alegría, en fin es un día de fiesta.

Para todos menos para Zaqueo, su estatura le impide ver a Jesús a nivel de piso y con toda la gente agolpada, menos que lo podrá ver. Su intriga comienza a crecer al ver la estela de sanidades y milagros que Jesús deja a su paso, algo empieza a revolucionar en su interior, pero no puede meterse entre la multitud, y qué si alguien le conoce y termina linchado por su fraudulenta reputación. Ya a estas horas del día eso no le importa a Zaqueo, ya su determinación por ver a Jesús es inminente, alza su vista a las terrazas para encontrar algún resquicio donde lograr ver al maestro, pero no hay lugar.
Sólo queda una oportunidad de ver a este hombre, subirse a un árbol, y para mala fortuna de Zaqueo el único que hay es un árbol sicómoro...

Resulta ser que este árbol por su fama en la cultura egipcia no era bien visto entre la sociedad, abundaban por toda la tierra de ese tiempo, pero su estigma era lo más bajo que podía haber ya que se relacionaba con la idolatría egipcia. Para Cualquier persona sería muy humillante subir a un sicómoro, mucho más para el jefe de los publicanos recaudadores de impuestos.

Pero valía la pena pasar la verguenza, Zaqueo se despoja de su orgullo y empieza a trepar el dichoso árbol, la gente al percatarse de semejante espectáculo comienzan a burlarse de el, miren al gran Zaqueo jefe de los publicanos, en la peor posición que jamás le habían visto en la vida. En ese instante Zaqueo consigue su objetivo, mira a Jesús, el esfuerzo ha válido la pena, la humillación ha dado fruto. Entre líneas, el maestro le dice: Zaqueo ya bájate rápido de ese árbol, suficiente, he visto tu humillación, el despojo de tu arrogancia, de tu abolengo, de tu prestigio, date prisa, ya mucho se han burlado de ti, desciende porque voy a pasar por tu casa...

Cúantas veces Dios ha tenido que acorralarnos contra la pared, contra las cuerdas como se dice en el boxeo. Donde ya no hay esperanza, donde el único camino que queda es humillarse bajo la poderosa mano de Dios, es ahí mismo donde la salvación viene de camino a nuestra casa, familia, hogar, a nuestras vidas mismas...


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