martes, 11 de junio de 2013

Buscando mi ADN en mi esposa...

Cuando Eva es presentada a Adán, éste hace una declaración que irrumpe en la eternidad cambiando drásticamente su presente y su futuro: "esta es hueso de mis huesos y carne de mi carne!!

El asunto es que a los hombres nos cuesta encontrar en la mujer nuestro propio ADN, es decir, la que salió de mi. Pero no sólo es menester de los solteros ocuparse de esto, muchos ya casados no encontramos ese hueso de mis huesos y carne de mi carne, pareciera más bien que la esposa es un injerto ajeno a nuestro cuerpo, al cual nuestras células tratan de segregar constantemente.

Es muy difícil, pero no imposible llegar a ese reconocimiento, no porque sea imposible, sino porque se necesita de una gran dosis de humildad y sencillez delante de Dios y de nuestras esposas.
Orgullo, hombría o machismo. Lo que si es seguro es que nos impide ver que nuestras esposas son el bien y la benevolencia de Dios para nuestras vidas.

Si regresamos a Adán, podemos notar fácilmente que antes que Eva apareciera en escena, él era nada más un administrador del huerto, así como muchos solteros, ocupados en cosas meramente terrenas, en salir y conquistar el mundo con el peculiar vacío que suple la ayuda idónea. Y al decir ayuda idónea no me refiero a que la mujer tiene menos valor o que sea un objeto, sino más bien que el hombre andaba a medias, porque la parte que mueve el corazón de Dios a misericordia en el matrimonio es la esposa, nosotros como hombres solamente gozamos de la lluvia que nos alcanza gracias a ellas.
Por eso Dios dijo que no era bueno que el hombre estuviera sólo, puede pasar toda la vida con su armadura de caballero luchando en la sociedad, puede ser un gran conquistador y tener éxito como profesional, pero solamente hay un persona que puede darle el status que todos anhelamos intrínsecamente, ellas nos coronan como reyes.

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